sábado, febrero 04, 2006

La fuerza transformadora de la fe

Hoy he sustituido a un amigo en su parroquia por enfermedad. Celebraban la fiesta de San Blas. Algo me sorprendió, y mucho. Poco antes de comenzar la Misa entraron en la Iglesia unos niños con unos cencerros atados a la cintura, dando botes como locos, y así se pusieron delante del santo llenos de alegría. Yo pensé que estaba ante una estampa pagana. Y puede ser. Algunos ritos paganos fueron "bautizados" o integrados en la práctica religiosa, y son parte difuminada de lo que llamamos religiosidad popular. Lo más grande es que si esos niños saltan con sus cencerros pensando que están haciendo un homenaje a san Blas, y así se lo enseñan, están haciendo un acto cultual lleno de sentido. No un gran acto cultual, pero al menos si purificado y estimulador de la fe.
Pero no estoy muy convencido de que en el caso de estos niños así sea. A lo sumo vinculan el fenómeno religioso con una cosa divertida mientras son niños, pero nada más. Cuando crezcan descristianizados en esta Europa neopagana identificarán peligrosamente el fenómeno religioso con un acto primitivo, o que al menos a mí me lo parece.
La fe es capaz de transformar todas las dimensiones de la vida humana. Muchas de nuestras tradiciones en un contexto de vaciamiento de la fe corren el peligro de desaparecer o simplemente ser absurdas.

1 comentario:

Eleder dijo...

Estoy de acuerdo con que la fe tiene que ser el aglutinante de esas tradiciones, aquello que las dé sentido. Pero, por otra parte, prefiero un pueblo que conserve las tradiciones, incluso aunque lo haga por costumbre, que uno que las rechace.

En Bilbao es aún muy fuerte la tradición de, en San Blas, ir a la iglesia de San Nicolás (donde está la imagen del santo) a bendecir caramelos de malvavisco, rosquillas y, sobre todo, cordones que después se llevarán atados al cuello nueve días para finalmente quemarlos, y que harán que el santo nos proteja de problemas de garganta.

Bilbao es ya una ciudad muy descristianizada, y además muy urbana; pero esa tradición, al menos, sigue poniendo a mucha gente descristianizada en contacto con algo, con un sentimiento, si se quiere, con un "retorno a la infancia": aquél que lleva un cordón de San Blas sin avergonzarse de ser un "paleto que cree en la magia" no podrá ver otras manifestaciones litúrgicas con los mismos ojos. O así me parece a mí, al menos.