miércoles, noviembre 05, 2008

Una nueva etapa

Con este mensaje termina el peregrinar de splendorveritatis. Comienzo una nueva etapa vital, y con ello nuevos proyectos. He decidido unificar las pocas - o muchas, solo Dios lo sabe - comunicaciones en un blog nuevo, Lux Amabilis, con todas las temáticas de los distintos blogs. Como veréis, el formato no cambia, y los contenidos tampoco. Como tampoco cambia mi vida en una nueva etapa; es solo cuestión de matices. Como Splendor veritatis, que cambia a Lux Amabilis, significando lo mismo. La verdad que brilla es siempre Luz amable. Como Cristo, "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero", según reza nuestro Credo.
Espero poder gozar con vuestra compañía en Lux Amabilis.

miércoles, octubre 10, 2007

La Predicación

Un autor sagaz decía que el mayor mal que tiene que aguantar hoy en día un hombre civilizado es los sermones. Sagaz, desde luego, porque el hombre civilizado es muy individualista, y no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Es más, el hombre civilizado conoce los distintos medios globalizados y de masas que pretenden lanzarle un lazo para tenerlo sometido a sus intereses. La Historia del siglo XX le asiste en esta percepción, y por eso, lo último que un hombre civilizado necesita es que alguien pretenda ser una instancia superior a él, que le diga lo que en último término el supuestamente ya sabe.
El problema que tiene el hombre civilizado es que en cada época se percibe a sí mismo como el cenit de la civilización, luego este problema es una constante en el hombre. Y esa constante está enraizada en la realidad del pecado original. Nos sigue gustando el "sereis como dioses".
El predicador tiene ese problema, que no es muy distinto del maestro, del filósofo, del pedagogo, del progenitor... o del profeta. El hombre, por ser hombre (y no por ser civilizado) no aguanta que le pongan un espejo, ni que le den direcciones. Cada uno creemos dominar la ciencia del bien y del mal.
Para ser civilizados hay que escuchar los sermones. Precisamente para no perder el tesoro de progreso de la creación no hay que fiarse de la propia percepción sin tener en cuenta los ensayos y errores de los que nos precedieron. Y por eso, el que predica debe de ser consciente de que su labor es fundamental, es civilizadora. No lo olvidemos: toda labor genuina de civilización va encaminada a construir el reino de Cristo en la tierra.

miércoles, marzo 28, 2007

Del silencio a la unidad de vida

Estando en Valencia el pasado lunes, pude escuchar una conferencia impartida por Monseñor Montes, obispo de Huesca y Jaca. En ella trataba el tema vocacional, y decía que para que los sacerdotes pudiéramos transmitir el sentido vocacional de nuestra vida, era necesario que cultiváramos la contemplación, la comunión y la misión.
Estos tres aspectos hay que vivirlos desde la unión de vida, es decir, es necesario vivir las tres dimensiones. Si solo ponémos el énfasis en la contemplación, corremos el peligro de aislarnos de nuestros hermanos los hombres, e incluso de caer en la soberbia espiritual. Si solo acentuamos la comunión, haremos un club de amigos, pero nada más. Si acentuamos la misión exclusivamente, caemos en el activismo estéril.
Hay que vivir los tres aspectos, y solo se pueden vivir desde nuestra unión con Dios. En ese sentido se nos propone un camino que comienza desde la escucha y el silencio. Aprender desde el silencio contemplando al crucificado lo que significa "amaos los unos a los otros como Yo os he amado", y comprender así que es verdaderamente la comunión -por cierto, palabra tan manida y desvirtuada, justificadora de mediocridades para tantos- y desde ella salir a predicar el único mensaje que merece la pena: que Dios salva en Jesucristo. Esto es unidad de vida, y sin esto sin duda ninguna que caminaremos desorientados.

viernes, marzo 23, 2007

El silencio

Uno de los grandes componentes del equilibrio psicológico es el silencio. Tanto tener momentos de silencio ambiental como el ser capaz de crear silencio.
Si hay algo que define nuestra sociedad occidental es que es incapaz de soportar el silencio. El cardenal Newman decía que el hombre es incapaz de soportar diez minutos de silencio,porque irremediablemente tendría que enfrentarse consigo mismo, con la realidad de lo que uno es. Esto lo decía a mediados del siglo XIX, y sin embargo es perfectamente aplicable a nuestro tiempo.
Cuando estuve en el noviciado empecé a valorar el silencio. A mis veinte años era una experiencia casi desconocida para mi. No me resulto difícil adaptarme, porque en el fondo era algo que llevaba deseando desde que tenía uso de razón. El ritmo de una vida metódica, los tiempos para cada cosa, la ausencia de prisas... un paraíso si cabe sobre la tierra. Pero la experiencia definitiva fueron los ejercicios espirituales ignacianos de un mes. Yo creía que podría vivir así toda la vida, en oración y silencio. La película de "El gran silencio" me recordó mucho esta experiencia.
Todavía me acuerdo de la vivencia que tuve al finalizar la segunda semana. Salí del monasterio para acompañar a un sacerdote que tenía que celebrar misas en los pueblos de los alrededores, pues era domingo. Por primera vez en mi vida sentí intensísimamente como todo era reflejo de Dios. La naturaleza brillaba con una fuerza tal que nunca había descubierto antes. El verde era más verde que nunca y era vida. No hablé en toda la mañana, aunque era día de descanso. No podía. Se había creado una corriente en mi interior de presencia de Dios que me parecía fastidioso tener que romper ese silencio.
La oración es esto. Es este silencio que me hace vivir la presencia de Dios y el diálogo íntimo. Desde entonces he pasado por distintas fases en la oración, hasta casi dejarla muy a mi pesar en algún momento. Pero ese silencio deja su llaga en lo profundo, y no se puede pasar mucho tiempo sin hacer caso a esa llamada de intimidad con Dios que es la oración. Negar esta llamada sería destructivo. Por eso la importancia de la perseverancia. Como decía mi profesor de Teología Espiritual, Don Jose María Iraburu, aunque nuestra aridez sea tal que lo único que nos da ganas es de colgarnos del primer arbol, hay que perseverar. Buscar ese silencio para hallarle lo supone todo para una vida genuinamente cristiana.

martes, marzo 20, 2007

Oblación y reparación

Estos términos han formado parte de la tradición ascética cristiana desde los comienzos de la predicación del Evangelio. Me sorprende ver que hay muchos cristianos en Occidente que prescinden totalmente de ellos en su vida cristiana.
Por lo que he comentado otras veces, no me estoy refiriendo a los bautizados no practicantes, sino a los cristianos que viven su fe con algun grado de compromiso. Esto nos incluye por supuesto a los sacerdotes. Parece que nuestra sociedad post-moderna ha encontrado la clave de la ascensión al monte donde solo mora la gloria y honra de Dios -en palabras de San Juan de la Cruz- y no necesita para nada ver su vida espiritual en clave de lucha. ¿Habrá vencido el quietismo?
Yo creo más bien que lo que ha vencido es algo tan vulgar como la comodidad. El hombre en nuestras prósperas sociedades occidentales tiene su orden de prioridades en la vida muy trastocado, y la inercia o la ignorancia conducen a la apatía espiritual.
Por eso, al más puro estilo ignaciano, es necesario hacer uso de la virtud opuesta a la tentación que nos domina. Y la virtud opuesta a esta comodidad es la oblación y la reparación.
La oblación es algo que nos pone en contacto con la realidad más profunda del hombre, que es el hecho de que percibe su propia existencia. La oblación presupone el saberse capaz de orientar la propia existencia en una dirección u otra.
Todas las cosas realmente importantes de la vida suponen una donación. Así, el progreso personal en los distintos campos de la actividad humana son elecciones oblativas, puesto que se toma esa opción (estudiar) y no otra (correr). En el campo de las relaciones interpersonales esto aparece con toda su fuerza. El amor conlleva una dinámica de renuncias y de incrementos. Y a mayor exclusividad en esa relación interpersonal, mayores han de ser las renuncias. Si no fuera así, el amor sería imposible. Si no soy consciente de que me poseo y puedo darme es imposible relacionarme con el otro.
Nuestra relación con Dios entra de manera especial en esa dinámica interpersonal. Dios asume la naturaleza humana y la hace suya para poder entregarla en el sacrificio del Calvario, que San Pablo muy acertadamente lo compara con el amor esponsal. Por eso, aunque comprendo el alcance filosófico de la expresión "el totalmente Otro" para referirse al misterio de Dios, creo que con Jesucristo esa barrera se rompe.
El punto de inflexión de la Historia para el cristiano es el momento en que Dios se hace hombre y cercano por la oblación. ¿Cómo es que hemos perdido el sentido entonces de la penitencia?
Esta es la clave de la ascesis cristiana, de la penitencia: que Cristo ama y se entrega. Su amor es oblación en estado puro, y nos pide que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. Por eso es tan profundamente relativo a Cristo -o sea, cristiano- el hacer penitencia y entender nuestras vidas como una oblación continua, en definitiva un acto de amor y no de inercia.
Y como diría Jean Guitton en Lo impuro, la oblación se ha de distinguir netamente de la ablación. La ablación es negar al hombre y no tiene sentido. Es el sacrificio arbitrario e inútil. La oblación, por el contrario, construye al hombre, pues establece una dinámica de donación y de recepción. Es lo que en definitiva hace feliz al hombre.
¿Un cristiano sin oblación ni reparación? No ha comprendido el evangelio y no podrá transmitir la alegría de vivirlo.

sábado, diciembre 09, 2006

Un blog interesante

Un compañero del Instituto Valentino de Estudios Canónicos ha abierto un blog con el cual quiere promover la reflexión sobre la Iglesia y el Derecho desde una visión creyente. Muy interesante. Podéis pasaros por canonistas.blogspot.com.
Ahora estoy preparando un examen de Jerarquía en el Código de Derecho Canónico. Sé que estoy en deuda con muchos de vosotros y tengo que poner un remedio a mi sequía en la red. ¡Cor unum, amigos!

viernes, julio 14, 2006

El bien que me hizo el Cardenal Suquía

Ha fallecido el Cardenal Suquía.
Cuando tenía 15 años, acudí con mi padre a una vigilia de la Inmaculada en Madrid. Presidía esa vigilia el Cardenal Ángel Suquía. Lo que más me impresionó de esa vigilia fue algo que dijo en la homilia. Era la época en la que al gobierno le complacía cambiar el descanso laboral en ciertas fiestas religiosas -san José, la Inmaculada- con lo que se exacerbaban los ánimos de algunos creyentes más de lo recomendable. No me acuerdo exactamente el contexto, pero creo que cerca de la Iglesia se habían dicho cosas antes de la vigilia contra el entonces presidente Felipe González. El cardenal, en un claro tono exhortativo, nos recordó que los cristianos odiamos el pecado, pero bajo ningún concepto podemos odiar al pecador. Eso iría contra los cimientos mismos del evangelio.
Yo por aquel entonces estaba pasando una situación muy delicada. Mi madre había decidido separarse de mi padre, y yo no lo podía asumir. Sus palabras fueron un bálsamo en mi confusión, y me mostraron una senda recta por la cual proceder.
Hizo cosas muy importantes por la Iglesia en Madrid. Levantó el seminario y dejó atrás la esterilidad de un posconcilio adulterado. Por todas estas y otras tantas cosas, que Jesucristo sumo y eterno sacerdote te lo premie. Y por mi parte, le pido que te agradezca lo que yo nunca en persona pude hacer.
¡Gracias don Ángel, y que sigas ejerciendo tu paternidad desde el cielo!