miércoles, octubre 10, 2007

La Predicación

Un autor sagaz decía que el mayor mal que tiene que aguantar hoy en día un hombre civilizado es los sermones. Sagaz, desde luego, porque el hombre civilizado es muy individualista, y no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Es más, el hombre civilizado conoce los distintos medios globalizados y de masas que pretenden lanzarle un lazo para tenerlo sometido a sus intereses. La Historia del siglo XX le asiste en esta percepción, y por eso, lo último que un hombre civilizado necesita es que alguien pretenda ser una instancia superior a él, que le diga lo que en último término el supuestamente ya sabe.
El problema que tiene el hombre civilizado es que en cada época se percibe a sí mismo como el cenit de la civilización, luego este problema es una constante en el hombre. Y esa constante está enraizada en la realidad del pecado original. Nos sigue gustando el "sereis como dioses".
El predicador tiene ese problema, que no es muy distinto del maestro, del filósofo, del pedagogo, del progenitor... o del profeta. El hombre, por ser hombre (y no por ser civilizado) no aguanta que le pongan un espejo, ni que le den direcciones. Cada uno creemos dominar la ciencia del bien y del mal.
Para ser civilizados hay que escuchar los sermones. Precisamente para no perder el tesoro de progreso de la creación no hay que fiarse de la propia percepción sin tener en cuenta los ensayos y errores de los que nos precedieron. Y por eso, el que predica debe de ser consciente de que su labor es fundamental, es civilizadora. No lo olvidemos: toda labor genuina de civilización va encaminada a construir el reino de Cristo en la tierra.